¡Viva yo!

30 años con diabetes

A lo largo del año, el cumpleaños es probablemente la celebración más significativa. Pero no la única. De hecho, en esos 365 días tenemos muchos y variados motivos de celebración. Por ejemplo, en algunas comunidades de España también celebran algo ya en desuso y muy ligado a nuestro pasado como es el «santo» (el día que coincide tu nombre con el del santoral). Otro de los aniversarios más habituales para celebrar suele ser el de la boda (algunos también también celebran el divorcio). Y más allá de los habituales, cada uno tenemos un acontecimiento señalado que queremos recordar año tras año y que constituye para nosotros algo especial por una u otra razón. En cuestiones de salud, las efemérides también se celebran a veces, y no es raro ver por ejemplo a personas que celebran su «segundo nacimiento» tras una operación delicada con un elevado riesgo, o tras un grave accidente del que han salido ilesos. En cuestiones de diabetes, estoy convencido de que como mínimo, todos recuerdan con detalle el mes y el año de su diagnóstico. Es cierto que se trata de una efeméride que no incita precisamente a la celebración, pero visto desde un enfoque positivo y optimista, este aniversario puede servir para dejar claro nuestro compromiso, nuestra vinculación y nuestra determinación para seguir haciendo las cosas correctamente. Ese es el camino para evitar unas complicaciones que nadie quiere nombrar y que te hacen tocar madera -a pesar de no ser supersticioso- cuando alguien las cita en una charla, evento o congreso de diabetes. Y es precisamente esta efeméride del aniversario del diagnóstico la que celebro este año y en estas fechas: 30 años con diabetes.

Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad

Era junio de 1986, y a pesar de cumplir los síntomas de manual, fueron varios meses en los que una extrema delgadez no parecía ser indicio suficiente de que algo raro pasaba. Polidipsia… polifagia… poliuria… términos que suenan a personaje de peli de superhéroes, pero que definen con claridad la hiperglucemia, síntoma claro previo al diagnóstico de una diabetes. Aunque lo más llamativo suele ser la notoria pérdida de peso a pesar de comer con inusitada voracidad. Recuerdo que por entonces sólo se me veía de perfil, lo cual me permitía esconderme en muchas e interesantes ocasiones. 30 años después, me encuentro escribiendo estas líneas. Como decían en la zarzuela «La Verbena de la Paloma», hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad. Y gracias a ello, debo reconocer que me equivocaba cuando mi carácter aprensivo me impedía imaginar hace 30 años que hoy escribiría estas líneas sin ninguna complicación derivada de la diabetes. Como tampoco podía imaginar que desde hace muchos años mantengo una glicosilada por debajo de 7%. O que me daría por dedicar gran parte de mi tiempo libre a ayudar a otras personas. O que me volcaría en las redes sociales para colaborar en la difusión de salud. O que incluso crearía un blog para intentar ayudar a otros mediante la divulgación, la empatía y la experiencia. Hace 30 años pensaba que hoy todo sería más feo, que yo estaría ajado y que no habría nada que celebrar. Pero me equivocaba. De hecho, tengo mucho que celebrar en estos 30 años en los que he conocido tantísima gente, y gente sorprendentemente solidaria. He recibido la ayuda de muchos. He pasado de preguntar a responder. He conocido técnicas, procedimientos y tecnologías ya ampliamente superadas. He visto cómo han mejorado no sólo los medicamentos, sino también los protocolos, las guías, los screening y cribados… demasiadas cosas.

Yo he visto cosas que vosotros no creeríais

Quizá sea mejor parafrasear al replicante Roy Batti de la genial «Blade Runner» y que más de uno podrá decir conmigo porque también lo ha vivido como yo:

Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: medirse la glucosa en orina comparando el resultado en una escala de color que cambiaba dependiendo de la luz que tuvieras en la habitación. He visto pirámides nutricionales diferentes de las actuales, en una época en la que comer mucha carne roja no era tan malo y donde la margarina era por entonces lo más saludable del mundo, con la mantequilla convertida en demonio. He visto insulinas rápidas que tardaban horas en actuar y basales aún no inventadas que se intentaban emular mediante insulinas NPH de efecto traicionero. He visto cómo noche tras noche había que comer algo quisieras o no antes de irte a la cama, en un acto antinatura llamado «recena» porque había que alimentar al monstruo de la NPH si no querías una hipoglucemia segura a medianoche. He visto los primeros medidores de glucemia en sangre que te daban el resultado en tres minutos al precio que hoy cuesta una televisión de plasma. He conocido la insulina de cerdo. Y no, no he visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Eso último me lo perdí. No tuve la suerte de pasar por allí. Pero todos los demás momentos que he citado se perderán en el tiempo… como lágrimas en la lluvia.

Y me alegro de ello. Me alegro de que todos aquellos momentos difíciles y confusos de mi primera etapa se pierdan para siempre. Porque cualquier comparación entre aquel 1986 y el 2016 en cuestión de diabetes es simplemente dramática. No vivimos en casas en el espacio ni nos desplazamos en vehículos voladores como pensaba cuando era niño, pero la diabetes de ahora nada tiene que ver con la de entonces. Y de eso debemos alegrarnos todos. Yo el primero, que estoy contando aquí y ahora que este mes de junio se cumplen 30 larguísimos años con Ella. 30 años con diabetes acompañándome en todo momento; de día, de noche, en el trabajo, en las vacaciones, en los buenos y en los malos momentos. Porque como ya dije en esta otra entrada sobre Ella, siempre está en nuestra cabeza.

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Mis próximos 30 con Ella

No habrá celebración. No habrá fiesta. No habrá confeti ni payasos. Ni por supuesto tarta. Tan sólo este post escueto y espartano, sin fotos. Sin bromas. Sólo para dejar constancia de que llevo 30 años intentando hacer las cosas bien y que durante este mes se cumplen 3 décadas de una visita al médico que cambió mi vida. No fue un giro radical, pero sí importante. No me alteró mi vida, pero sí la condicionó un poquito. Hace 30 años que vivimos Ella y yo en un matrimonio impuesto en el que a diferencia de los matrimonios de conveniencia, aquí no hay conveniencia. Nadie gana nada; simplemente nos soportamos. Pero yo he aprendido de Ella. Hasta el punto de conocerla muchísimo. Casi tanto que muchas veces, me anticipo a sus jugarretas ayudado por la tecnología disponible. Así que «amiga» mía, en esta efeméride que no voy a celebrar tan sólo te dedico unas palabras: mis próximos 30 serán no ya como estos pasados, sino muy probablemente mejores gracias a la tecnología y los avances médicos. Yo tengo el control, no tú. Y en este aniversario sin celebración de mis 30 años con diabetes en el que tú intentas de nuevo ser protagonista, creo que en realidad lo soy yo por haber llegado hasta aquí. Por ello, creo que ahora mismo me iré a la calle y me haré algún autoregalo, tal y como suelo hacer cada año cuando salgo de la estresante consulta del oculista, a la que suelo entrar con cara de susto y de la que salgo con mirada de buho gracias a unas pupilas dilatadas hasta el desasosiego. Y me homenajearé por haber sido un paciente adherente primero, activado después e implicado finalmente con los demás. Por haber llegado hasta aquí sin marcas de guerra, sin mellas, sin cicatrices. Y elegiré mi regalo al grito de «¡Viva Yo!». Como decían en una marca de cosméticos: «porque yo lo valgo».