¡Vacaciones!

Vacaciones. Una palabra mágica que evoca grandes momentos, nos trae paz y sabe a salitre. Un largo año esperándolas y muy poco tiempo para disfrutarlas. Aún teniendo diabetes, las vacaciones son vacaciones y las disfrutamos, pero no son completas. Porque para ser vacaciones totales deberíamos poder olvidarnos de todas las rutinas y procedimientos que esta enfermedad exige el resto del año y que, sistemáticamente, también nos va a exigir durante nuestro período vacacional. Descansaremos del trabajo, del colegio, de la rutina, de nuestra ciudad, de la suegra, del jefe, de la vida en general… pero no de medirnos la glucosa, de las hipoglucemias traicioneras e inoportunas, de las hiper inexplicables, de equivocarnos contando hidratos en esa paellita de verano en el chiringuito de la playa… Debemos programar con exactitud quirúrgica todos y cada uno de los consumibles que necesitaremos llevar al piso de veraneo. No olvidar nada: que si apósitos para el sensor, que si agujas suficientes, que si catéteres, que si las pilas de la bomba de insulina, que si las tiras de cuerpos cetónicos… son muchas cosas las que conforman la maleta de la diabetes. A veces objetos muy pequeños y aparentemente inútiles, como el taponcito de un catéter. Porque sí, hay personas que se lo ponen cuando se van a bañar en la playa, o incluso en la bañera de su casa. Y todo junto, objetos, procedimientos y situaciones, siguen estando ahí en nuestras vacaciones. Porque, por desgracia, no podemos hacer vacaciones de nuestra diabetes, aunque nos vendrían extremadamente bien. Aún con todo, la gestión de la enfermedad en estos días es siempre menos estresante que durante el año. Y en ocasiones algunas normas infranqueables se doblegan un poquito en estas fechas. Pequeñas transgresiones dietéticas que lidiamos con cierta desfachatez y sobre todo mucha, mucha alegría. Porque son vacaciones.

Y aunque todas nuestras rutinas y procedimientos son transparentes para el resto de los mortales a veces, sólo a veces, nos encontramos de frente con un desconocido que está haciendo algo familiar para nosotros: uno de los nuestros. Mirarse una glucemia… cambiar un catéter… ponerse insulina… Y como los moteros que se saludan con una V con los dedos cuando se cruzan en la carretera, te miras y sonríes a ese desconocido. Porque sabes que es de los tuyos. Va acompañado de «Ella». Y te sientes un poquito mejor porque a veces piensas que eres el único raro que hace tantas cosas raras en esos días en los que sólo hay que ponerse las chanclas y deambular sin prisa y relajado de todo.

Yo quiero irme al sol. Vivo en un lugar sombrío, fresco y lluvioso que humedece hasta las entrañas. Quiero irme a una isla, que no sólo esté aislada del continente físicamente, sino también psicológicamente. Que me permita olvidarme de mi diabetes todo lo que sea posible. De ella y de tantas cosas más que me preocupan el resto del año. Quiero descansar. La vida es agotadora. Y la diabetes, más. Las personas con diabetes deberíamos tener no uno, sino dos meses libres. Nos lo merecemos.

Nos vemos en septiembre. Sé bueno y sigue cuidando de tu diabetes…

Vacaciones y diabetes
A veces te cruzas con alguien que es de los tuyos y le dedicas una sonrisa de complicidad… (imagen: surfingtrooper.com)