Reflexiones desde la hipoglucemia

La diabetes es ciertamente una mochila. Que está enganchada a la espalda las 24 horas del día. Cuando una persona tiene unos instantes para evadir su mente, piensa quizá en una cabaña paradisíaca, palmeras, una piña colada y él o ella tumbado en una hamaca ante el relajante mar azul turquesa. Y cuando una persona con diabetes tiene unos instantes para evadir su mente, no es raro que piense en qué demonios ha fallado este mediodía en el cálculo de los hidratos de carbono de las lentejas cuando otros días le ha ido bien. O porqué tiene hipoglucemias cuando se pone nervioso, a pesar de que la teoría dice que en situaciones de estrés la adrenalina inhibe la acción de la insulina. O cómo por algún extraño fenómeno no descrito en las Guías de Práctica Clínica de diabetes, a partir de las 17 h. sus glucemias siempre se disparan hasta el infinito. Pero sólo hasta las 18,45 h. y siempre que en la comida haya tomado yogures naturales de marca blanca. Si son de limón le da hipoglucemia, excepto los martes y sábados lluviosos. La diabetes es tan terriblemente absorbente que incluso copa nuestros escasos momentos para la reflexión. Un endocrino dedica diez minutos a analizar la diabetes de su paciente. Pero el paciente dedica miles de horas a analizar su diabetes; y lo peor de todo, normalmente sin llegar a conclusiones provechosas. A veces yo también tengo esos minutos de evasión en los que no puedo evitar pensar en diabetes… o en cosas relativamente cercanas a la diabetes. Y la entrada de hoy podría ser una de esas reflexiones. Henry Jones, padre del arqueólogo más famoso del cine, dice en una escena de la saga: «a veces me siento a pensar… y la solución se presenta sola». En diabetes, muchas veces nos sentamos a pensar, pero la solución no sólo no se presenta, sino que lo que viene son más dudas y más incertidumbre. Marchando una de desvaríos…

Los estudios contradictorios y los absurdos

Actualmente hay estudios de todo. Y a veces es cierto que salen conclusiones un tanto discutibles. En salud, el paso del tiempo nos ha ido permitiendo saber más de más cosas. Y en los temas que nos afectan, hemos podido conocer mejores recomendaciones basadas en la evidencia. Aunque a veces nos generen cierto desasosiego por su aparente contradicción respecto a otras previas. Léase por ejemplo el famoso asunto de la mantequilla y la margarina. Antaño, la primera era el demonio y la segunda lo saludable. Unos cuantos años después, van unos señores investigadores y se quedan más anchos que largos diciéndonos lo contrario; la margarina es veneno y la mantequilla no es tan mala como se pensaba. Hala, ¿cómo se te queda el cuerpo? Y eso después de que muchos nos hemos puesto ciegos a margarina en nuestra mocedad. Y así con tantas y tantas recomendaciones de salud. En cuestiones dietéticas, por ejemplo, hemos llegado a un punto en el que tenemos infinidad de recomendaciones. Tantas que nos es imposible cumplirlas. Que si tres veces por semana pescado… que si cuatro o cinco de huevos y carnes magras… que si cinco porciones de fruta y verdura al día… que si tres o cuatro legumbres semanales… Al final, si sumas todas las pautas, te salen comidas de diez platos. Organicémonos, por dios. El día no me da para comer todo eso, por muy sano que sea.

[Tweet «¿Por qué nunca puedes doblar un prospecto como al principio?»]

En otras ocasiones asistimos atónitos a resultados de estudios que cuando menos, nos producen asombro por su aparente estupidez. O directamente nos preguntamos quién fue el iluminado que decidió realizarlo. Esos que a veces salen en los informativos de televisión y te hacen replantearte si eres feliz en la tierra o deberías emigrar ya a un mundo subterráneo cerca de los literarios Morlocks del imaginativo H.G. Wells. El presentador de la tele dice: «Un reciente estudio indica que el sabor de vainilla puede extraerse a partir de las heces de las vacas» (ojo, es un estudio real). Y entonces tú piensas: «¿Por qué esta gente no se dedica a curar mi diabetes en vez de perder el tiempo en esto?». Yo (y muchos millones más) se lo agradecería. Porque lo único para lo que te sirve ese estudio es para decidir que jamás volverás a pedir helado de vainilla en ningún sitio. Pero en general, cada vez sabemos más. Y el paciente también está más formado que hace décadas. Aunque hoy día sigamos sin tener ni zorra idea de cosas tan básicas como por ejemplo el modo de plegar los prospectos de los medicamentos. ¿Quién fue el primero que los plegó así? ¿Dónde se inspiraron para realizar ese demoníaco origami? Algunas teorías mencionadas en el programa de Cuatro Cuarto Milenio hablan de civilizaciones alienígenas como inspiradoras del misterioso sistema de doblado que sospechosamente es compartido por las distintas industrias farmacéuticas en lo que es sin duda un complot organizado con unos oscuros fines que desconozco; probablemente la dominación mundial. Lo cierto es que una vez desplegado el papelico de una medicina, no hay Dios capaz de doblarlo del mismo modo y luego el medicamento no cabe en la cajita, tú acabas enfadándote y empiezas a apretar la medicina hasta que se rompe el otro lado de la caja y sale el dichoso prospecto despedido. Finalmente, desesperado, decides tirarlo, porque total, en este país hay una legendaria tradición de automedicación. Y nadie excepto los aprensivos como yo se leen que esa medicina puede producirle reacciones extrapiramidales (con ese nombre no puede ser nada bueno) y una intensa depresión de la médula ósea, seguida de síndrome de cara de luna llena y prurito generalizado. Pero no hay que tirar ese papel. Lo que hay que conseguir es doblarlo bien y que entre en la caja. Y para ello quizá habría que organizar cursos para pacientes expertos, como se está poniendo de moda últimamente. Yo quiero ser un Paciente Experto Doblador de Indicaciones de Toma de Objetos Sanitarios, o PEDITOS. Vale… tengo que pulir ese acrónimo. Pero la idea es buena.

estudios absurdos sobre alimentacion
A veces algunos estudios parecen creados por alguien como el Profesor Frink (imagen: Matt Groening / Gracie Films / 20th Century Fox).

Bombas de insulina diseñadas para ser mordidas

A veces, desde mi atalaya de divulgador de medio pelo siento que si nos dejaran a los pacientes o usuarios, muchas cosas podrían ser mejores y de una manera más sencilla. Por ejemplo, ¿por qué, en el nombre del sagrado storyboard original de Star Wars, las plumas de insulina siguen siendo tan grandes? Mi móvil hace de todo y es ridículamente compacto y sin embargo una pluma de insulina es una auténtica lanza ¿Han probado los señores que las fabrican a llevarla todo un día en el bolsillo del pantalón vaquero? La palabra incómodo se me queda terriblemente corta. O los medidores de glucosa ¿Esperamos quizá al siglo XXII para que sean realmente pequeños? ¿No podrían quizá hacer que los reactivos estén integrados en el aparato en una especie de minúsculas píldoras que se irían cambiando? Nos ahorraríamos el inconmensurable y odioso bote de tiras, sin duda uno de los personajes más odiados por todas las personas con diabetes. El bote de tiras es en diabetes el equivalente al amigo plasta o el cuñado graciosillo en las reuniones familiares. Es como ese que te lo encuentras antes de entrar al cine y te suelta en una sola frase doce spoilers a cual más heavy. Pa matarlo. Imagino a los de la compañía el día antes del lanzamiento, mirando cómo luce su nuevo medidor pequeñito en el pack junto a un enorrrrrme bote de tiras esbozando una sonrisa de medio lado y pensando «qué gran medidor». Y quien dice eso no carga con el no menos enorme bolso que compone ese pack; gigantesco gracias a un odioso bote que en algunos casos es incluso más grande que el propio medidor.

Y hablando de tiras reactivas… ¿Sabe alguien la cantidad de tiras que genera un tipo 1 al año? En mi caso, tras casi 31 años podría empapelar las paredes de una ciudad de 300.000 habitantes. Sobre todo con algunas tiras, que por su desmesurado tamaño además de para medir el azúcar sirven como removedores de los cafés de máquina. Entrar en la casa de un diabético tipo 1 implica encontrarse tiras hasta dentro de la jaula del pájaro. No, sé que no es bonito ni higiénico, pero lo de las tiras es realmente un incordio y un problema que sólo un tipo 1 sabe y entiende. Otro ejemplo; las bombas de insulina vienen con una pinza para sujetarse en la ropa o donde buenamente pueda cada uno sujetar ese pequeño muerto (otro hardware que pide a gritos miniaturizarse más). Pero deberían tener también una zona para morder. Sí, he dicho morder. Porque cada día la muerdo unas cuantas veces cuando sencillamente, no tengo donde engancharla. Sin querer entrar en detalles muy poco edificantes, ¿dónde se coloca uno una bomba de insulina cuando se está vistiendo o desvistiendo y está como dios le trajo al mundo? Pues eso. Yo, al estilo de un perrillo, he optado por morderla. Se me ocurre que una zona engomada en una esquina pensada para morder con delicadeza cual leona a sus cachorros sería un detalle.»Bite here», rezaría en pequeño en esa zona engomada. Detalles que sólo pueden salir de la aportación de los usuarios, los auténticos supervisores de los diseñadores industriales. Vale, lo de la zona mordible en la bomba es una astracanada, pero ¿quién mejor que un usuario para saber por dónde hay que mejorar un producto, o mejor aún, para colaborar en su diseño? Por desgracia, en España la industria farmacéutica y los pacientes no podemos hablar. Ni vernos. Ni olernos. Se sabe de un paciente con diabetes al que le pillaron con un boli de publicidad de una farmacéutica y fue castigado obligándole a reutilizar sus agujas. Ah, no, que lo de pedir que se reutilicen ya lo hacen en muchos sitios de nuestro país…

¿De qué están hechos los palitos de cangrejo?
¿Alguien sabe de qué demonios está hecho esto que echamos en la ensalada? (imagen: blog mediahoradecocina.blogspot.com.es/)

Las modas, también en salud

Sea como fuere, los pacientes tenemos mucho que aportar. Porque somos parte interesada en mejorar lo que utilizamos, ya sean medicamentos, productos de consumo o alimentos. Y ese interés viene en parte por la actual tendencia a preocuparnos más por nuestra salud. Nos cuidamos más y nos preocupa lo que comemos. De ahí que hayan crecido mucho tendencias como las que promulgan eliminar de la dieta determinados grupos de alimentos (vegetarianismo, veganismo y demás varianzas, algunas curiosas incluso). O las que -sin justificación demasiado sólida- pretenden eliminar componentes necesarios como el gluten o la lactosa en personas que no tienen ninguna intolerancia conocida a esos ingredientes. O las que dicen que los palitos de pescado están hechos en realidad con carne de gato callejero en salazón, y que eso no lo comerán porque no es sano. Corrientes que a veces con algo, otras veces con poco o nada sentido, nos mueven. Y es que nos movemos por modas. Y una de las más clásicas es la cruzada contra los conservantes y colorantes. Aunque algunas personas no lo saben, muchos de ellos son sustancias naturales nada sospechosas. Pero esos códigos que para muchos son sin duda indicativos de algo maligno y que pueblan las etiquetas nutricionales generan un recelo ancestral. Y los fabricantes, para intentar convencernos, modifican sus argumentos publicitarios hasta el absurdo. «Natural. Sin conservantes ni colorantes». ¿Acaso el hecho de no llevar conservantes o colorantes hace un alimento natural? Me temo que no. Búscate otro claim publicitario, chaval. Ese es un error garrafal de tu agencia de publicidad. Hay productos que ni con recomendación del mismísimo Papa de Roma pueden ser creíbles como algo natural. Pero ellos lo intentan. Por cierto, hablando de recomendaciones y sellos… ¿Alguien más cree ridícula la actual moda de poner sellos a modo de aval a los alimentos? Entiendo el interés de los fabricantes, pero que sociedades científicas se presten a este juego es a mi juicio desconcertante. Todo por unos euros, que al final es de lo que se trata, no nos engañemos. Y se dan paradojas como que una sociedad de este tipo avale hasta incluso productos de bollería industrial (uno de los ejemplos más famosos). En diabetes también tenemos a la Sociedad Española de Diabetes SED avalando alguna cosita por ahí. A mi no me termina de convencer nada eso. Un puntito negativo, hala. Creo que hay que formar y educar a los ciudadanos en hábitos de vida saludables y en asuntos de alimentación, no tanto poner sellos en alimentos que -por mucho que ellos no quieran- el consumidor interpreta con el mensaje de «esto lo puedo comer libremente». Creo que nada es bueno ni es malo. Sé de personas con diabetes que se comen una tableta de chocolate o un paquete entero de galletas porque pone «sin azúcar» en su etiqueta y piensan que no les subirá la glucemia (lo cual por supuesto no ocurre). Problema de formación y educación. Lo digo una vez más: yo metería la educación en dietética y nutrición en los colegios.

Sin azúcar no quiere decir a que no tenga HC
«Sin azúcar» no equivale a comida libre. Algo que aún demasiada gente no entiende (imagen: The Jim Henson Company).

Pero es que en publicidad casi todo vale por vender más. Yo soy publicista precisamente. Y aunque no he hecho nunca campañas de televisión para este tipo de productos, reconozco que me dejo llevar a veces por la seducción de ciertos trucos del sector. Y uno de los que más me gusta es el de reforzar sensaciones y generar emociones mediante el sonido. La televisión no puede hacernos oler ni captar sabor, pero sí evocar sensaciones casi cercanas al sabor o a la intensidad de un sabor. Por ejemplo, el sonido al romper una onza de chocolate que se ve en anuncios de chocolate. A pesar de que es exagerado e irreal y parece más bien el de una persona que se acaba de romper el fémur, es escucharlo y me dan ganas de comer chocolate. Sé que ese sonido probablemente sea el de dos tacos de madera que se golpean, pero prefiero pensar que mi tableta suena siempre así… Y es que mi onza de chocolate puro no puede faltar cada día. Lo reconozco. Eh, pero sólo una…

[Tweet «Reflexiones desde la hipoglucemia…»]

En fin, vivimos en un mundo lleno de paradojas. Y en la salud y en la diabetes, también. Y cuando pasas el día con la mochila de la diabetes las observas y aprendes a tolerarlas. Aunque otras debamos trabajar para cambiarlas. En los próximos días tendrá lugar una edición más del Diabetes Experience Day, el evento más importante (y único) sobre diabetes en España enfocado a pacientes. Y aquí está otra de las muchas paradojas en esto de la salud. Un modelo sanitario que hace años se dio cuenta que no es sostenible tal y como lo conocemos. Gracias entre otras cosas a mejores hábitos, mayor y mejor atención sanitaria y un importante aumento de la esperanza de vida, los pacientes nos convertimos sobre todo en crónicos. Y eso exige que el sistema se convierta también en una eficaz estructura adaptada a trabajar con crónicos, que cada vez somos más. Y todo con un convencimiento cada vez mayor de la importancia de contar con el paciente a la hora de diseñar nuevos procesos, políticas y herramientas de este nuevo modelo sanitario. «El paciente es el centro del sistema». «El paciente como eje». «Un nuevo modelo centrado en el paciente». Distintos congresos y eventos de salud han tenido por título alguna de estas frases. ¿Y cuántos pacientes han intervenido en ellos como ponentes o en grupos de trabajo? ¿Se están dando pasos para que eso pase de la hipocresía a la realidad? ¿Por qué se avanza tan tímidamente? ¿Es carne la ingle? ¿Por qué hay tantos precipicios en las naves de Star Wars? No tengo respuestas ni siquiera a la última pregunta, que me trae de cabeza desde que vi el Episodio V hace más de 35 años. Cuando observé aterrorizado cómo Luke Skywalker se dejaba caer por un precipicio sin fin tras renegar de la desconcertante paternidad de su archienemigo Darth Vader. ¿No se pueden poner barandillas en esos respiraderos enormes por los que es fácil caerse? ¿Cómo puedes diseñar una nave tan gigantesca y poner precipicios en su interior de varios cientos de metros? ¿Qué función tienen? ¿Ventilar? ¡Si en el espacio no hay aire! Y ya puestos… ¿Cómo se conduce la Estrella de la Muerte? Una nave gigantesca y redonda del tamaño de la península ibérica con casi 1000 km. de diámetro… ¿tiene volante? ¿Cuánto consume a los cien? En fin, me estoy desviando del tema… ¿De qué tema? ¿Por qué estoy contando todo esto en estas reflexiones? ¿Quién soy y qué hago aquí? Uf, creo que tengo hipoglucemia. Voy a medirme el azúcar…