Capítulo 1: «El Comienzo»

El comienzo“Qué tarde más mala de invierno!”, dijo Gerardo con voz temblorosa, mientras se levantaba con dificultad de su sillón para ir hacia la ventana. Rosa, su mujer, le miraba indiferente, acostumbrada ya a sus continuas protestas y quejas, pues 70 años de casado dan para mucho. Para escuchar mucho, quiero decir, ya que Rosa se había hecho a la complicada forma de ser de Gerardo, siempre gruñón, y con los años cada vez más. Y mientras miraba por la ventana el plomizo cielo de ese día de invierno, veía pasar los UTP (Unidades de Transporte Personal) volando a escasos cien metros de su ventanal mientras recordaba los meses de protestas que años atrás él mismo lideró en un movimiento vecinal para evitar que pusieran la Aeropista nº7 delante de su urbanización. ”¿Te acuerdas de cuando inventaron estos cacharros voladores?” dijo Gerardo, girándose hacia su mujer. ”Ya lo creo”, contestó ella. ”Exactamente en 2066; en noviembre” añadió, demostrando una vez más la superación de su Alzheimer, algo que tiene que agradecer a un implante de memoria que evitó la progresión de la enfermedad. ”Pues a mi siguen sin gustarme. Yo me niego a montar en un bicho de esos. Los coches deben ir por el suelo, no volando”, refunfuñó él mientras soltaba de un manotazo la cortina de la ventana y se encaminaba de nuevo hacia el sofá. ”No protestes tanto”, le tranquilizó Rosa. ”Ahora están esos aparatos volando por el aire, sí, pero la ciencia ha avanzado mucho. Gracias a ella tenemos un asistente personal robotizado que nos hace todo en casa, el teléfono está implantado en la oreja, no tienes que ir al supermercado a por la comida… Además, la medicina ha mejorado muchísimo. Fïjate qué salud tenemos a nuestra edad”, recordó ella. ”Bah, para qué quiero el teléfono en la oreja… maldito gobierno… una palotina a tiempo… neveras que hablan… un buen palo le daba yo a… ” se aleja Gerardo refunfuñando y diciendo frases inconexas en voz baja, casi ininteligibles. ”¡Me voy arriba! ¡atomápolculo!” gritó finalmente antes de desaparecer por la puerta del salón y subir al desván, el lugar donde Gerardo se refugiaba a veces para leer en sus muchos momentos de introspección y cabreo con el mundo.

Y es que, efectivamente, la ciencia había dado un gran salto durante la segunda mitad del siglo XXI. Y entre otras muchas cosas, permitió subir la esperanza de vida hasta los 95 años, algo de lo que se beneficiaron Gerardo y Rosa, que con 98 y 92 años respectivamente, estaban ahora en el 2081 disfrutando de una vida plena con todas las comodidades que el avance tecnológico les había permitido.

Gerardo, al entrar en el desván, se quedó de pie apoyado sobre la puerta, cerrada a sus espaldas, escudriñando la estancia y recordando cuántos momentos vividos atesoraba aquella habitación con tantos objetos. Entonces comenzó a hurgar al azar en una de las múltiples cajas que llenaban aquel amplio espacio. Un coche teledirigido oxidado… unos libros rancios… una cabeza reducida (no se sabe de quién) que le trajo su hijo aquella vez que estuvo en áfrica… y en el fondo, algo que le llamó rápidamente la atención. Era una especie de cuaderno grueso, de tapas negras, y con una goma para cerrarlo. Algo parecido a una agenda. Gerardo lo cogió y quitó con su brazo el polvo que cubría sus tapas negras. Su gesto áspero cambió y por unos instantes, se pudo adivinar media sonrisa en su cara, que, en la soledad de aquel desván, el mundo se perdió. Había encontrado su diario, que a comienzos de siglo le dió por escribir cuando se acercaba a la fatídica edad de los 30, un asunto el de la edad que siempre ha llevado especialmente mal. Gerardo cogió el libro, se fue a una mecedora junto a la ventana, encendió la luz, y acompañado por el suave silbido de los aeropropulsores que a esa hora abarrotaban la Aerovía nº7, lo abrió en su primera página para intentar hacer un ejercicio de memoria especialmente entrañable y recordar lo que pasó hace tantos años. ”Este es mi diario. Y escribiré cuando me de la gana. Al que lo toque, le daré tal paliza que su hermano morirá”, rezaba la primera hoja, en una declaración de intenciones, demostrando ese dicho popular de que quien tuvo, retuvo. Gerardo apoyó su espalda en la silla, subió el libro a una posición más cómoda cerca de sus ojos y se dispuso a leer aquel pedazo de historia de su juventud.

(Esto que has leído titulado «El Comienzo» es el primer capítulo de la novela «Historias informales de una vida formal», que escribí en 2013 durante mi colaboración con la red social de pacientes crónicos Kronikoen Sarea y que puedes descargar gratuitamente en Safe Creative). ¡Espero que te guste!